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Cuando el mundo se para

Una persona recibiendo quimioterapia

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Esta no es una opinión sobre las inéditas cargas policiales contra estudiantes estadounidenses, tampoco sobre el genocidio de Israel sobre Gaza o sobre la invasión rusa de Ucrania. Esta no es una opinión de actualidad, o quizá sí si se tiene en cuenta que es el presente inmediato, el único foco de atención en este momento para miles de personas.

Recuerdo perfectamente como cuando me diagnosticaron el cáncer de mi pecho izquierdo mi cuñada me dijo con total espontaneidad y tratando de tranquilizarme: “bienvenida”. En aquel momento, todavía en estado de shock, no comprendí bien la profundidad y el significado de aquello, de aquel acuerpamiento que luego he entendido como un gesto de amor y sororidad. Los primeros meses en los que “el mundo se detiene” (que dice Juan Fueyo en su libro del mismo nombre) me costaba infinito nombrar la palabra “cáncer” y mirar y escuchar a esas otras mujeres que, en instagram, hablaban de esta enfermedad y todo lo que la rodea con una mezcla de naturalidad y crudeza que a mí me parecía, precisamente, antinatural. Aquella “normalidad” atornillaba en mi todavía más el miedo. Yo no quería ser una de ellas. No podía asumir que era una de ellas.

Con el tiempo, y esto depende muchísimo de la forma de ser de cada persona, he pasado a formar parte de esas pacientes oncológicas que trata de hablar con claridad de su proceso oncológico desde la cotidianeidad, que trata de dar esa bienvenida a cada mujer a la que le diagnostican un cáncer de mama. He cogido el testigo de las que para mí son y serán siempre mi referente y me acogieron al principio.

Ahora al miedo –mucho menos paralizante que el del principio– lo acompaña la rabia. Sí, la rabia, esa emoción que nadie espera que tenga una paciente de cáncer. Esa rabia que tan bien nombra Anne Boyer (autora del libro Desmorir) en la entrevista que publicó elDiario.es hace unos días y que “no entra en el estereotipo” de lo que se espera de nosotras y nosotros. Qué importante y necesaria es la rabia, el enfado, el decir jodido cáncer. Porque como me dijo mi admirada Fefa Vila, el cáncer duele a quien lo sufren y a quienes cuidan. Duele mucho emocional y físicamente. Nadie puede imaginarlo hasta que no lo vive y cuida a quien lo sufre.

Hace unos días murió Paul Auster por un cáncer de pulmón. Ese mismo día también murió Victoria Prego, también por cáncer. No puedo evitar pensar qué diferente sería la “inversión pública” para hacer frente a la enfermedad si se hubiesen dado esas noticias diciendo “el cáncer mató a Paul Auster, y a Victoria Prego, y a Anna Pérez Pagès, y a… La lista puede parecer infinita. Pero no, no se es consciente de su impacto porque en lugar de nombrar se prefiere dar un rodeo porque el cáncer duele y también asusta.

Al cáncer también se sobrevive. De esto solo se habla para llamarnos valientes a las supervivientes como si hubiéramos sido nosotras las responsables de nuestra cura… Esa es parte de mi rabia, porque es urgente que dejemos de ver esta enfermedad como una responsabilidad individual y se comprenda que es un problema colectivo de salud pública, que no hay nadie en este país que no esté tocado de una u otra forma por esta enfermedad.

Estoy segura de que cada una de las personas que leéis esta columna podríais decir al menos tres casos de cáncer entre la gente cercana de vuestro entorno. El cáncer no es una mera cuestión de mala suerte, por eso es muy importante investigar las causas del cáncer dentro de nuestro organismo, pero también (o sobre todo) dentro de las dinámicas de producción, consumo y relaciones que se dan en una sociedad capitalista, patriarcal y racista. Dinámicas que tienen que ver con ese organismo vivo que somos y con el medio ambiente en el que vivimos.  Mejor que yo lo explica, precisamente, Anne Boyer, “la relación con la enfermedad nos retrata como sociedad. El fracaso del cáncer de mama no son las personas que mueren sino el mundo que las enferma”.

Todos teníamos claro que había que acabar con el bicho de la Covid19, ojalá existiese esa misma conciencia sobre la urgencia de acabar con esta otra pandemia, la del cáncer. Acabar desde lo público sin tener que teñir nuestro dolor de falsos “lazos rosas”. Ojalá fuesen los responsables de la sociedad que nos enferma los que se hicieran cargo con políticas públicas en vez de pedirnos a nosotras que nos salvemos como si el cáncer fuese solo un tema de actitud personal. No lo es. Qué poco conocen la enfermedad quienes así lo afirman y qué poco saben de los niveles de dignidad, fuerza, amor, generosidad y luz que nos regalan quienes no sobreviven al cáncer. Si fuera un tema de actitud, seguirían aquí. 

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